AUTO ENTREVISTA (Agosto 2015)
Pregunta: ¿Cuál es el tema de sus pinturas?
Respuesta: Desde hace aproximadamente unos 6 años estoy desarrollando pinturas cuyos temas tratan sobre algunas técnicas y formas de hacer arte en la contemporaneidad, como instalaciones, esculturas objetuales y performances. Lo que hago es construir esas obras en mis cuadros, ubicándolas en espacios neutrales tipo museo o galería de arte. Estas obras generan situaciones en estos espacios en los que siempre aparecen personas. Digamos que en los cuadros surgen situaciones e interacciones entre esos espectadores y las obras que allí se encuentran. Ahora sigo desarrollando y explorando estas mismas ideas con proyectos que tienen que ver más con obras en espacios públicos pero sobre todo desde la performancia y lo procesual.
P/ ¿Y por qué no realiza estas obras directamente? ¿Es decir sin pintarlas?
R/ Me parece más emocionante pintarlas porque pintar es lo que más me gusta hacer.
Pienso que estas pinturas además son unas excelentes propuestas visuales de un posible trabajo o práctica a desarrollar. Es que de hecho esas obras que se ven en mis cuadros son totalmente posibles de hacer, no hay nada absurdo ni imposible de ejecutar materialmente, aunque a veces aparezcan detalles extraordinarios o fuera de contexto, que sólo hacen parte del acto del pintar, nada más. Y bueno, es que enfrentarse a este tipo de propuestas es un excelente ejercicio para resolver problemas pictóricos, como perspectivas, composición, textura, color y escala entre otros. Además, creo firmemente que la pintura prevalece y permanece vigente, aún con todos los nuevos medios y prácticas artísticas de la contemporaneidad y eso me parece sumamente atractivo.
P/ ¿Pero entonces qué es lo que usted busca al pintar o mejor, representar con
pintura, un performance por ejemplo?
R/ Creo que lo que busco es hacer una especie de ensayo o comentario pictórico sobre lo que sucede con las prácticas artísticas representadas en mis pinturas. Así mismo busco cuestionar sobre por ejemplo quién le puede dar el título de arte a algo, o para que sirve el arte, o quién o qué es un artista. Sencillamente el medio elegido por mí para hacer este tipo de comentarios y cuestionamientos es la pintura figurativa, porque además de ser uno de los medios más antiguos, me da muchas posibilidades tanto formales como conceptuales para producir imágenes que se comunican de manera bastante directa y amplia
con todo tipo de espectadores.
La Pintura Contemporánea
de Luis Francisco Pérez. Texto para la muestra individual en la Galería Montealegre. Bogotá año 2009.
Por Eduardo Serrano
La obra de Luis
Francisco Pérez puede ser definida como pintura contemporánea, aunque, por
supuesto, no dejará de haber quienes encuentren una contradicción en esta
calificación apoyados en el endeble argumento de que pintura y contemporaneidad
son excluyentes. Pero la verdad es que Pérez utiliza con idoneidad e
imaginación los elementos propios del medio pictórico, y que al mismo tiempo es
un artista cuyo trabajo es de una evidente actualidad en sus propósitos y
referentes. Su obra constituye una clara impugnación al argumento de que hay
medios expresivos o prácticas artísticas propias de una determinada época, o de
que la vigencia de los medios expresivos es susceptible de delimitaciones
cronológicas.
Para Pérez la pintura es,
como cualquier práctica artística de reciente aparición, una manera de transmitir
apreciaciones y conceptos con recursos visuales, de manera que el observador
logre trascender el material utilizado en sí mismo, para percibir detrás de las
formas y de los colores, unas ideas, un pensamiento, unos valores, un criterio,
es decir, un contenido relativo a la
vida y al arte en el mundo contemporáneo. El hecho de tratarse de óleos sobre
lienzo no obstaculiza la comprensión de la substancia de sus obras ni desvía su
apreciación hacia los valores del arte de la pintura, simplemente las
complementa, porque gracias a su idoneidad, lo primero que ve el observador, lo
que distingue de inmediato, son las formas representadas, las figuras, las
escenas, para, sólo en segundo lugar, interesarse y detallar la manera como
están elaboradas.
Su obra no constituye, por lo tanto, una diatriba
en favor de la pintura. Lo que su pintura representa, no son bodegones, ni
paisajes, ni desnudos: son “instalaciones”, el tipo de obra más recurrido y en
boga en este momento, lo que implica que el artista está acudiendo al medio
artístico más antiguo para representar la práctica artística más novedosa. Y al
hacerlo, está expresando, con pintura, señalamientos importantes contra la
pintura, contra la pretensión de que simplemente
el oficio, la buena ejecución, puede convertirla en obra de arte, al tiempo que
está argumentado, a través de los elementos incluidos en las instalaciones, un
interés especial en la interpretación de sus relaciones con los demás
componentes es decir, en su contenido.
Porque las instalaciones y también las acciones
artísticas que Pérez representa, son tan de su autoría, como sus lienzos, es
decir, son producto de su imaginación, son concebidas, desarrolladas e
inclusive instaladas en el museo por el artista, pudiendo afirmarse que, si
bien no permiten experimentar directamente el espacio como es facultativo de
las instalaciones, si permiten atribuirle sentidos a la relación entre sus
elementos constitutivos y a su distribución en el espacio representado.
Además, las figuras, objetos y áreas que
intervienen en las escenas son bastante
elocuentes, o mejor, conllevan una expresividad intrínseca: el elefante, el
árbol, el carro, la lámpara de cristal, las salas del museo, son seres, objetos
y ámbitos cargados de sentidos, de asociaciones, elementos que de por sí
suscitan sugerencias, por ejemplo al respecto de la ecología, de la tecnología,
la historia y la función de las instituciones artísticas, pero que además, cuando
se hallan presentados fuera de contexto, se convierten en signos de un lenguaje
que puede llevar a expresiones visuales tan elocuentes como los niños que
caminan sobre el cielo, las escaleras que no conducen a ninguna parte, o los
árboles que brotan de los muros. Los espectadores de las instalaciones en la
pintura -generalmente los mismos niño y niña- en ocasiones se aventuran a
interactuar con los objetos, pero por lo general permanecen impávidos ante las
obras, sin ofrecer mayor indicio de sus impresiones, incrementando la
ambigüedad, o mejor, las numerosas posibilidades de sentido que suscitan las
escenas.
Solo entonces, en segundo lugar, después de
haberle adjudicado espontáneamente dos o varias interpretaciones a la imagen,
el observador empieza a concientizarse -o no- sobre los valores pictóricos y
puede orientarse hacia la apreciación de la técnica, a disfrutar de un oficio
conocido y dominado, ejercitado cariñosamente, minuciosamente, en el que la
representación es ajustada y elocuente, y en el que los valores formales de la
pintura: composición, equilibrio, ritmo, forma, color, escala, son producto de
ponderación, de reflexión. En un tipo de obra como la de Pérez, que versa sobre
la validez de la pintura como vehículo para transmitir, no sólo imágenes, sino
ideas y pensamientos, no podía ser de otra forma.
De alguna manera, su trabajo recuerda al
surrealismo, el único movimiento modernista que se atrevió a referirse a situaciones
y cosas distintas a las características, impedimentos o atributos del medio
utilizado en sí, para introducir el inconsciente entre los referentes del arte.
Pero aunque es cierto que algunas de sus escenas parecen tomadas de algún
sueño, si se tiene en cuenta su contexto, no son escenas absurdas, son factibles
e inclusive lógicas.
Luis Francisco Pérez es uno de los pocos
artistas que puede darse el lujo de decir, parafraseando a Picasso: “yo no
pinto lo que veo, pinto lo que imagino”. Sólo que lo que Pérez imagina es
ambiguo y sujeto a numerosas lecturas… como el arte contemporáneo.
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